lunes, 18 de mayo de 2009

Festivales de Cine, buen trabajo o negocio…

La industria cinematográfica tiene muy claro que la difusión de su producción debe llegar al mayor número de espectadores posible, para ello no es suficiente con el impulso que le pueda dar la promoción y el estreno de la producción, sino que debe formar parte del cartel de otros escaparates que sirvan para el lanzamiento de la misma.

Los festivales de cine poseen diferentes funciones: ser plataforma de lanzamiento de las producciones, y ser punto de encuentro para generar negocios cinematográficos. Los galardones concedidos sirven para que las producciones, actores y directores consigan un cierto reconocimiento, que finalmente, sirva de ayuda para la comercialización de la película, además de ir incrementando su valor (principalmente económico) dentro de esta industria. No es de extrañar que desde la organización de cada uno de los festivales, se quiera incluir la presencia de celebridades ya consagradas, formando parte en los jurados, además de su paseíllo en la inauguración y en la clausura del festival.

Haciendo un poco de historia, se establece un primer punto de encuentro para la industria cinematográfica norteamericana y europea en 1910, en la ciudad de Milán. Aunque hay que aclarar, que el concepto de festival de cine comienza con el de Venecia en 1932. Pocos años después aparece en 1939 el de Cannes, Berlín en 1951, San Sebastian en 1952, y un largo etc.

Los festivales y premios generan un movimiento en la promoción y negocio de esta industria, que son los que motivan la existencia de esta gran cantidad de eventos. La participación en éstos, ya sean internacionales o nacionales, sirve fundamentalmente de lanzamiento. Lamentablemente, no se conceden el mismo número de premios como número de directores o películas hay en el mundo, y sin duda alguna, muchos de los que se entregan nunca deberían ni mencionarse.

Es curioso que en estos eventos sus asistentes, muy a menudo, se olvidan de la esencia de la convocatoria: las películas que se van a exhibir. Esto tiene una explicación y es que buena parte de los que asisten a estos festivales de cine, no ven películas, mantienen conversaciones con productores, directores, actores, etc., creando un círculo de negocios que está muy alejado del fin de los festivales. Las películas las ven otros, críticos de cine, periodistas especializados en la materia, organizadores de otros festivales, el público aficionado o especialista en cine… También se encuentran los jurados de los festivales, que sólo ven las producciones que les compete su trabajo como jurado, y que habitualmente es tan intenso, que no les deja apenas tiempo para poder ver otros trabajos.
Lo cierto y perverso de toda esta lógica, es ver la influencia que tienen estos acontecimientos en el desarrollo de estrategias y en la financiación para la producción cinematográfica. Hoy en día, una película que gana un festival de cine no se garantiza forzosamente su buena venta o distribución, aunque algunos festivales son eso, un contrato de distribución en un lugar determinado, pero sí posibilitan la promoción del director o la película dentro de estratos culturales determinados.
El negocio de los festivales de cine es el negocio del prestigio: los festivales se legitiman en cuanto premian películas que “prestigian” al festival, y las películas se abren camino en cuanto logran premios o reconocimientos en festivales “prestigiosos”.
Eso explica cierta obsesión de los festivales de cine por los nuevos talentos. Desde una perspectiva cinéfila e histórica del cine, son muy pocas las “primeras” o “segundas” películas de directores relevantes en la carrera de un cineasta. La madurez creativa de todos los grandes directores de cine la encontramos a menudo pasada la primera mitad de su carrera. El mito romántico del talento natural en el cine es eso, un mito, perpetuado por los festivales de cine.

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