Quiero gritar gol en una pantalla gigante. Y cuando digo gigante me refiero a gigante, nada de una pantalla de 52 pulgadas, de una Bravia con HD y sonido envolvente. Quiero una pantalla de cine, una sala del Kinépolis; en otras palabras, quiero ver fútbol en el cine. Y sé que los empresarios exhibidores también quieren proyectar el Real Madrid-Barça para trescientas personas sedientas y con ganas de palomitas, hacer campeonatos de videojuegos, abrir las puertas a otros entretenimientos ahora que la película no llena la sala.
En una situación de crisis la industria tiene que renovarse o morir. Aceptar que el modelo de negocio está anticuado y experimentar nuevas fórmulas. Las infraestructuras están ahí, solo faltan pensar nuevas ideas, abrir los caminos y romper tabúes. El cine se ha solidificado en un tótem cultural que nadie puede tocar. Eso tiene que terminar, qué entren Zidane y Ronaldo y empiecen la pachanga.
El cinematógrafo, como tú, como yo, tiene que adaptarse a los nuevos tiempos. Asumir que las películas narrativas de dos horas no son el único camino, que hay otras pantallas (móvil, pc, tv, consolas...) y que esas pantallas pueden tener usos ilimitados. Esto no es la muerte del cine, es el principio de un nuevo mundo, un mundo mejor donde Messi, Kiarostami, Viola y Mario Bros se dan la mano. Solo falta esperar a que se abra el telón y empiece la sorpesa.
El cinematógrafo, como tú, como yo, tiene que adaptarse a los nuevos tiempos. Asumir que las películas narrativas de dos horas no son el único camino, que hay otras pantallas (móvil, pc, tv, consolas...) y que esas pantallas pueden tener usos ilimitados. Esto no es la muerte del cine, es el principio de un nuevo mundo, un mundo mejor donde Messi, Kiarostami, Viola y Mario Bros se dan la mano. Solo falta esperar a que se abra el telón y empiece la sorpesa.
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