lunes, 4 de mayo de 2009

Michel Moore y el documental


El documental es el hijo pródigo del Septimo Arte. Aparece y desaparece. Resulta un género obligado por su capacidad de didáctica y denuncia. La última semana ha llegado a las pantallas españolas el nuevo documental del ínclito Michael Moore. Ahora la víctima de su objetivo es el sistema sanitario norteamericano. El mismo que ha dejado a 47 millones de personas sin cobertura médica y el mismo que el flamante presidente Obama quiere remodelar pese a los obstáculos republicanos.

El director norteamericano es tan necesario como demagógico a la hora de elaborar su discurso. Lo positivo es que en sus más conocidas cintas, “Bowling for Columbine” y “Fahrenheit 9/11”, la argumentación, a pesar de ser algo maniquea, resulta curiosa, tiene capacidad de atracción y consigue alistar a un alto número de adeptos. La segunda de ellas resultó ganadora en el Festival de Cannes, el más importante de Europa. Y eso pese a su evidente previsibilidad y a una fecha de caducidad tan inminente como el descubrimiento de nuevas pruebas contra la paupérrima administración Bush.

El problema del documental es que no es suficiente con que cuente unos hechos sorprendentes o elabore una indispensable denuncia. Como género cinematográfico tiene que aportar otra serie de cualidades. De no ser así, convertirse en documentalista resultaría demasiado fácil. Por ejemplo, es preferible que te cuenten las consecuencias de una alimentación basada en los productos de los mugrientos McDonalds antes que emplear hora y media de tu tiempo en ver la soporífera “Super Size Me”. En cambio, la austeridad, la tangible miseria y el pausado montaje de “La pesadilla de Darwin” logran una denuncia artesana de la podrida codicia de los mal llamados países primermundistas y sus consecuencias en el continente africano.

Por eso, la loable intención de Moore de denunciar una situación de sobra conocida resulta algo tediosa. Todo el metraje es reconocible, y lo es en demasía. Los datos y las circunstancias en las que se apoya para exponer su tesis son demasiado familiares. El estilo comienza a ser atávico. El panfleto se ve venir de lejos y su filmografía tiene el peligro de acabar como los numerosos encargos que recibió Frank Capra en la Segunda Guerra Mundial para desgajar de tribulaciones a sus compatriotas. Con el paso del tiempo, todos resultaron tan propagandísticos como prescindibles. Muy a su pesar, sería bueno que el azote de America revisara los documentales de una conspicua herramienta del régimen nazi como Leni Riefenstahl para comprender que las dotes de excelencia no entienden de ideologías.

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